lunes, 2 de diciembre de 2013

LAS REGLAS ―HASTA HOY― NUNCA ESCRITAS DEL BUEN PASAJERO DE AUTOMÓVIL

Aún a mi ―cada vez menos― tierna edad, ya llevo a las espaldas más de siete años como automovilista habitual, y no menos usualmente he ejercido de «chófer de compromiso» para amigos y familiares. Y en todo este tiempo no he dejado de observar ciertas conductas de acompañantes y pasajeros que escapan a la lógica de una relación basada en la dependencia ―si requieren de otra persona para los desplazamientos, lo mínimo es comportarse con respeto―, y en muchos casos rayando e incluso traspasando el umbral de la mala educación.

Por eso me he decido a redactar una serie de reglas y normas de conducta que todo ocupante de vehículo ajeno debería conocer y respetar. Teniendo en cuenta que decidí renunciar a cualquier signo de hostilidad en este blog, me abstendré de descargar improperios sobre insolentes ocupantes de coches impropios, por más que algunos lo merezcan. 


1- Primera ley.

El conductor/propietario del vehículo es el dueño y señor de todo lo concerniente al mismo y lo que en él se contiene. De lunas para adentro, el posee una autoridad absoluta e incuestionable. Si les dice que dentro de su coche no se respira, es que no se respira, así que elijan: apnea o a pata. A discreción del conductor/propietario queda el que su gobierno tienda más hacia lo magnánimo o hacia lo despótico.

En cualquier caso, esta es la regla de oro, la norma que prevalece, la primera ley de la pasajética que diría Asimov; de la cual deriva el resto de pautas enumeradas en esta entrada. 


2- Ventanillas y aclimatamiento.

Las decisiones acerca de la temperatura y clima general idóneo en el interior del coche es potestad absoluta del conductor. Este podrá, y será de buena educación que así actuase, preocuparse por el bienestar de todos los ocupantes del vehículo, y entonces proceder en consecuencia. Pero bajo ningún concepto, ninguno de los pasajeros deberá abrir ventanilla alguna o manipular los controles del aire acondicionado o ventilador sin el permiso previo y explícito del conductor.

Por ofrecer una perspectiva lógica acerca esta cuestión, cabe matizar que quién debe gozar del mayor bienestar posible es el conductor, pues al final es quién lleva las vidas del resto de ocupantes en sus manos. Y si esto no les parece lo suficientemente lógico no importa, vuelvan a leer la primera regla.


3- Música y sonido.

Como vengo diciendo, todo lo que sucede en el interior del coche está sujeto al criterio del conductor, y qué escuchar no es una excepción. Si el conductor quiere escuchar determinada frecuencia radiofónica o reproducir determinado tipo de música, nadie tiene derecho a cambiarlo. Por no tener, ni si quiera derecho a opinar sobre ello; si bien los conductores más altruistas pueden estar abiertos a sugerencias. Así que dejen reposados sus inquietos dedos y aguanten esa música que el piloto jalea con efusión, por más infernal que les parezca.

En este apartado también cabe señalar que, en general, el volumen de todo aquello susceptible de producir sonido en el interior del vehículo queda supeditado a los designios del conductor, incluyendo el aparato fonador del resto de ocupantes. El conductor bajará el volumen de los altavoces tan solo si así se le antoja, pues sus deseos están por encima de las necesidades comunicativas de cualquiera de los pasajeros.


4- Indicaciones y sugerencias de ruta.

El conductor siempre sabe cuál es el mejor camino para llegar a un sitio a menos que haya expresado con anterioridad lo opuesto. Así que cuídense mucho de exponer inoportunas observaciones acerca de qué itinerario es mejor, atajos personales y otras incómodas sugerencias. Si el conductor les pregunta, hablen, si no, callen.

No obstante, hay un tipo de iniciativa que sí es de agradecer por los conductores, y es la de que uno ―o más― de los pasajeros se apee del coche para dar indicaciones en situaciones de difícil maniobrabilidad ―véase aparcar en huecos estrechos, circular por pasajes angostos, entre otras eventualidades―.


5- Limpieza.

Tanto si el conductor es un obseso de la limpieza como si gusta de conducir rodeado de inmundicia, queda a su propio criterio y deben aceptarlo con estoicidad. Quejarse por lo tiquismiquis o por lo antihigiénico de su proceder es una costumbre de mal gusto. Si no están de acuerdo con la gestión ―relajada o rigurosa― de la limpieza del vehículo, no suban en él, es así de sencillo. Este apartado hace también referencia al consumo de alimentos, bebidas, tabaco y otras hierbas en el interior del vehículo; al cual nunca debe procederse salvo bajo autorización expresa del conductor.


6- Alfombrillas y posición de los asientos. 

Otra de las desconsideradas tendencias de pasajeros y copilotos es la de creer que se encuentran en el salón de su casa y acomodar todo el entorno a sus propios gustos. Nada más alejado de la realidad, se encuentran en un vehículo ajeno, en el que la prioridad no es su comodidad. Por supuesto, el conductor puede permitir que su estancia durante el trayecto sea grata y confortable, pero cuídense de manipular los mecanismos del sillón arriba y abajo, adelante y atrás sin su beneplácito.

Y en este apartado quisiera hacer especial mención acerca de las alfombrillas. Las alfombrillas, a diferencia de lo que muchos pasajeros parecen juzgar, no son felpudos ni reposapiés. Si durante el trayecto, al reposar sus extremidades sobre ellas, las arrugan y/o la mueven, lo correcto es que al final vuelvan a recolocarlas en su posición inicial. Incluso si suben a un coche en el cual la alfombrilla está fruncida y desplazada, probablemente a causa de un desconsiderado ocupante anterior, lo más apropiado es que se molesten y la coloquen correctamente, desmarcándose así de cualquier descortés pasajero precedente, evitando además que a la ya maltrecha esterilla se le sume el castigo que le infligirán sus pies.


7- Disposición de pasajeros y equipaje.

En la línea de todo lo dicho, el conductor tiene plenos poderes y la última palabra en las decisiones de este tipo, si bien es cierto que aquí el conflicto suele partir de los propios pasajeros y sus preferencias por ocupar tal o cual asiento. No obstante, hay un punto en este apartado muy importante, un terreno vedado ―por no decir vedadísimo―a pasajeros en el que, sin embargo, suelen incurrir felizmente para crispación y enervamiento del piloto. Estoy hablando de invitar a otros pasajeros a coche ajeno sin permiso previo del conductor/propietario. Esto nunca se debe hacer. Jamás. Está muy feo. Especialmente si se trata de desconocidos, pero incluso no siéndolo, está mal. Es una encerrona para el conductor, que suele verse forzado a acceder ―porque algunos somos buenas personas y por ahí nos la cuelan― muy a su pesar, y acaba sometido a un clima de incomodidad y agobio que puede repercutir negativamente en su conducta al volante. Y no olvidemos que durante el trayecto la vida de todos los ocupantes está literalmente en sus manos.

Y aunque en este párrafo anterior se ha hecho referencia específicamente a pasajeros humanos, en realidad atañe a todo tipo de seres susceptibles de ir a bordo del automóvil, véase animales, plantas, robots, así como las posibles entidades que puedan poblar la tierra en el futuro.




Y a grandes rasgos, estas son las principales normas que rigen ―o en un mundo justo, deberían regir― el comportamiento en el interior de un automóvil. Pueden ser tan laxas o escrupulosas como el conductor/propietario determine, pero recuerden que al final siempre prevalece la primera ley. El estricto cumplimiento de esta serie de pautas les hará destacar entre la masa como adalides del civismo y la buena educación, algo que nunca está de más en estos tiempos de ordinariez y grosería que corren.

Así que sáquense el carné de conducir o sean buenos. Al menos si quieren ir en mi coche.