Antes
de entrar en materia, me gustaría dejar claros unas cuantas cuestiones:
-Primero: no soy sociólogo ni nada por el
estilo, así que todo lo que voy a exponer surge de mi propia experiencia y/u
opinión personal.
-Segundo: voy a generalizar. Ya sé que “hay de todo en todos lados”,
pero aquí voy a recurrir a reduccionismos y estereotipos, por simplificar.
Avisados estáis.
-Tercero: puede que lo consiga o no, pero voy a tratar de ser lo más
imparcial posible en mis juicios.
-Y
cuarto: si esperas una crónica
detallada, precisa y ortodoxa del III Salón del Manga de Alicante, sigue
buscando.
En
cuanto al Salón en sí, pues más de lo mismo. Y no lo digo de forma despectiva,
en el sentido de “otra vez lo mismo”, que también, si no que me refiero a “lo
mismo del año pasado”, pero en mayor cantidad: más estands ―de
estos no muchos más―, más gente, más actuaciones, más concursos, más talleres,
etc.
Sin
embargo, he aquí el hecho singular sobre el que pretendo focalizar la entrada,
y es que este III Salón del Manga de Alicante coincidió, tanto en fecha como en
lugar, con el SpringFestival.
Vamos
a desgranar al público estos dos eventos. Por el lado de los asistentes al del
salón del manga, encontramos un conglomerado compuesto por otakus, frikis, aficionados a los tebeos, aficionados a los
videojuegos y curiosos en general. Un público bastante diverso, pero con cierto
punto de homogeneidad.
Y
en la otra cara de la moneda, tenemos a los asistentes al Alicante Spring
Festival.
Para
empezar, cabría explicar la insólita naturaleza de este festival de música, que
une a lo más granado de la música independiente nacional, con dj sets de
homenaje a las sesiones ibicencas. ¿Qué clase de público conlleva tan ecléctica
propuesta? Pues en un bando encontramos a la masa hipster-indie-moderna, y
en el otro, en este caso, a los bakalas.
Término este, el de bakala, que mucho
ha evolucionado, pues pese a ser la corriente mainstream de la cultural juvenil durante los noventa, ahora, por
decirlo de algún modo, han sufrido una cierta evolución ―o involución―. Por
un lado tenemos a los bakalas puros,
los que se quedaron en los años noventa, y cuya adhesión a esta subcultura
tiene cierto cariz nostálgico e incluso retro. Por otro lado, están los bakalas que, basándose en su pasión por
la música electrónica, se desplazó hacia sectores más experimentales e
independientes, y que ahora tienden en parte hacia ámbitos más hipsters de la música electrónica. Y por
último tenemos a los bakalas
reconvertidos en canis, movimiento ―o
lo que sea―
que ha sido el sustituto natural del movimiento ―o lo que fuese― bakala; pero cuyas conversiones a nivel
individual ―de
bakala a cani―, han sido más bien escasas en volumen, pues el factor
edad ha jugado en contra de las filas canis,
que solo han absorbido a los bakalas
de personalidad más inmadura.
Y
como tercer segmento de público asistente al Spring Festival tenemos a los canis en sí mismos, pues se sienten
atraídos por cualquier cosa que contenga las siglas “DJ”. Anuncia una partida
de rol usando las siglas de la denominación “director de juego” y allí se
presentará una docena de canis que
acabará tragándose los d20 creyendo que son alguna nueva droga de diseño.
Pues
ahora une a este heterogéneo conglomerado festivalero a los asistentes del Salón
del Manga y ríete tú de la concurrencia del flashmob
de Los amantes pasajeros y la Muestra SyFy.
Al
final, es verdad, esto no supuso más conflicto que el de la masiva aglomeración
de coches y gente, pero no es descabellado suponer que había ingredientes
suficientes como para que cupiese la posibilidad de que la cosa fuese un poco
más allá, y que sectores tan dispares entrasen en conflicto.
Y
sobre esa hipotética colisión de mundos es de lo que va esta entrada, al más puro
estilo de El guerrero más letal.
La
primera piedra de la disputa habría venido casi sin lugar a dudas por parte del
sector bakala-cani, entre cuyas líneas hay sujetos ciertamente belicosos que no
habrían dudado en convertir en el blanco de sus hostilidades a algún despistado
grupo de frikis. Y ya tenemos la mecha encendida, pues ante un atisbo de
amenaza, los frikis cerrarían filas en torno a sus camaradas, al menos
aparentemente, mientras que el sector bakala
beligerante no se perdería la contienda y, en principio, por cierto sentimiento
de grupo, se conformarían como un bando rival.
Mención
aparte merece el sector hipster-moderno se abstendría de participar en
algo tan kitsch como una batalla
cuerpo a cuerpo, y se desmarcarían totalmente de ella con actitud indieferente.
Pero
volviendo al conflicto, ¿cómo se desarrollaría semejante contienda? Lo cierto
es que hay diversos factores a tener en cuenta.
Un
elemento importante sería el factor numérico, pero lo cierto es que a este
respecto no tengo ningún dato y ni siquiera soy capaz de hacer una estimación.
Lo único que puedo decir es que aunque en un primer momento el bando friki
respondería en masa, no tardaría en retroceder una gran parte del mismo en
cuanto el peligro fuese realmente palpable. En todo caso, y como esta batalla
es puramente teórica, partiremos de la premisa de que ambos bandos comienzan en
igualdad de número.
Está
claro que en cuanto a potencia física el sector bakala gana por goleada, lo que sumado a su mayor experiencia en
situaciones violentas, le da de entrada una gran ventaja a esta facción. Por
otro lado, el sector friki es muy dado a la práctica, conocimiento, estudio e
incluso invención de todo tipo de artes marciales orientales; y aún parte de ellos
puede que participe en algún tipo de competición oficial. En cualquier caso,
tanto los frikis artistas marciales profesionales o amateurs poseen ventaja
técnica sobre los bakalas, pues
carecen de los vicios pugilísticos adquiridos por estos últimos; y es si alguna
vez habéis sido testigos de una pelea entre bakalas,
habréis podido observar cómo pese a presumir muchos de ellos en estudiar algún
tipo de arte de combate, a la hora de la verdad, y probablemente debido a su incapacidad
de reflexión, la “lucha bakala” consiste
más bien en una especie de abrazo arrebatado, en el que pese a haber patadas y
puñetazos, estos son prácticamente inefectivos por la extremada proximidad de
los contendientes, y al final más que un combate parece un baile de salón
violento.
Por
otro lado, la horda friki tiene otros dos puntos a su favor. El primero es que,
en un evento como un salón del manga, muchos de ellos van armados, algunos con
réplicas inofensivas de las armas de sus personajes, cierto, pero otros portan
réplicas exactas. Y por exactas me refiero también al material de fabricación.
Así que no sería extraño que algún
bakala
resultase herido por una auténtica arma
shinobi
ornamentada con símbolos de la aldea ninja de Konoha. Y el otro punto a favor
de la facción friki, hablando en términos de batalla, es que entre sus filas
militan verdaderos psicópatas, tanto ignotos como reconocidos, que atacarían
con inconsciente ferocidad. A estos los podríamos llamar “
berserkers frikis”, y aunque caerían rápido, infligirían un gran
daño en la filas enemigas.
Otro
factor a tener en cuenta es el de los refuerzos. Mientras el sector bakala tendría que contar con el apoyo
de amigos que tendrían que venir adrede, si es que no estaban ya allí; el
sector friki cuenta con el apoyo masivo e incondicional de sus padres. Y es que
qué no harían estos sacrificados progenitores por sus hijos, si los llevan en
coche, les ayudan a confeccionar sus disfraces y permiten a sus hijas
preadolescentes vestir con atuendos sacados de series anime que harían sonrojar
a una stripper, solo para que sean
felices.
También
hay un aspecto que juega en contra del bando bakala, y es que durante la lid, es posible que la motivación
inicial del conflicto se fuese desvaneciendo, y recayendo en viejas costumbres,
al final los bakalas acabasen
enzarzados entre ellos mismos.
Y
por último, tenemos el factor tiempo, y es que la hora a la que se produjese
este hipotético enfrentamiento influiría en ciertos aspectos tanto para uno
como para otro bando. Si hemos partido de la hipótesis de que los bandos
comenzaban con simétrica proporción de contendientes, conforme avanzase la
tarde, las filas bakalas aumentarían,
mientras que mermarían las hordas frikis,
debido al carácter nocturno y diurno de los respectivos eventos. Pero por otro
lado, esta progresión horaria también influiría en el grado de alcoholización/drogadicción
del bando bakala, lo cual podría
derivar en verdaderos colapsos sensoriales, pues imagina el unir a la realidad
distorsionada por los psicoactivos el hecho de que esa realidad ya esté copada
por elementos extraños, como tropas de cosplayers
y demás.
Al
final, si hacemos un recuento de los pros y los contras de cada bando, parece que
la balanza se inclina a favor de los frikis; sin embargo, creo que el
componente físico del bando
bakala
podría resultar mucho más determinante.
En
todo caso, para bien o para mal, no hubo que lamentar un incidente de estas
proporciones, pero recalco que sería un escenario completamente factible.
Finalmente,
me gustaría aclarar que esto no es una crítica para los organizadores ni del
Salón del Manga ni del Spring Festival, pues ellos estarían supeditados a las
fechas que les ofreciese el recinto ferial, sino que esta entrada pretende simplemente
lanzar una pregunta a los gestores del Instituto Ferial Alicantino: ¿Era su intención hacerlo bien? En ese caso,
bajo mi humilde opinión, no ha sido así. ¿O acaso era su intención hacerlo mal?
Pues si esa era la idea, entonces sí, me quito el sombrero, lo están haciendo
ustedes estupendamente. Es más, les animo a que el año que viene vuelven a
hacer coincidir estos dos eventos, y ya que están, pues organicen también el
mismo día una visita del Papa, van ustedes por el camino correcto.